Váyase al diablo — dijo Cameron suavemente —.
Váyase al diablo —rugió de pronto, inclinándose hacia delante.—. Yo no le he pedido que viniera aquí; no necesito ningún dibujante. No hay aquí nada que dibujar. No tengo suficiente trabajo para mantenerme a mí mismo y a mis hombres, sin tener que recurrir a la Misión Bowery. No quiero que ningún loco visionario se muera de hambre a mi lado. No quiero esa responsabilidad. No la he buscado. No quiero verla nuevamente. He terminado con ella hace muchos años. Soy perfectamente feliz con los raros bobalicones que tengo aquí, que nunca han tenido ni tendrán nada, sin que eso les importe. Eso es todo lo que quiero. ¿Por qué ha venido aquí? Viniendo, empieza por arruinarse a sí mismo. Lo sabe ¿no es así? Y yo le ayudaré a arruinarse. No quiero verlo. No me agrada. No me gusta su cara. Parece un egoísta insoportable. Es un impertinente. Está demasiado seguro de sí mismo. Veinte años atrás lo hubiese echado a trompicones con el mayor gusto. Venga a trabajar mañana por la mañana, a las nueve en punto.
—Bien —dijo Roark, levantándose.
Quince dólares por semana es todo lo que puedo pagar.
—Bien.
—Usted es un loco de remate. Debería haber ido a otra parte. Lo mataré si va a otra parte. ¿Cómo se llama?
—Howard Roark.
No hay comentarios:
Publicar un comentario