domingo, 29 de octubre de 2023

DIARIOS

"Qué fácil callar, ser serena y objetiva con los seres que no me interesan verdaderamente, a cuyo amor o amistad no aspiro. Soy entonces calma, cautelosa, perfecta dueña de mí misma. Pero con los poquísimos seres que me interesan… Allí está la cuestión absurda: soy una convulsión. De allí proviene mi imposibilidad absoluta para sustentar mi amistad con alguien mediante una comunicación profunda y armoniosa. Tanto me doy, me fatigo, me arrastro y me desgasto que no veo que instante de liberarme de esa prisión tan querida. Y si no llega mi propio cansancio, llega el del otro, hastiado ya de tanta exaltación y presunta genialidad, y se va en busca de alguien que es como soy yo con la gente que no me interesa."


Alejandra Pizarnik

jueves, 22 de diciembre de 2022

ARGUEDITAS

Llamado a algunos doctores, 

A Carlos Cueto Fernandini y John V. Murra 


Dicen que ya no sabemos nada, que somos el atraso, 
que nos han de cambiar la cabeza por otra mejor. 
Dicen que nuestro corazón tampoco conviene a los tiempos, 
que está lleno de temores, de lágrimas, como el de la calandria, 
como el de un toro grande al que se degüella; 
que por eso es impertinente. 
Dicen que algunos doctores afirman eso de nosotros; 
doctores que se reproducen en nuestra misma tierra, 
que aquí engordan o que se vuelven amarillos. 
Que estén hablando, pues; que estén cotorreando si eso les gusta. 
¿De qué están hechos los sesos? 
¿De qué está hecha la carne de mi corazón? 
Los ríos corren bramando en la profundidad. 
El oro y la noche, la plata y la noche temible forman las rocas, 
las paredes de los abismos en que el río suena; 
de esa roca están hechos mi mente, mi corazón, mis dedos. 
¿Qué hay a la orilla de esos ríos que tú no conoces, doctor? 
Saca tu largavista, tus mejores anteojos. Mira, si puedes. 
Quinientas flores de papas distintas crecen 
en los balcones de los abismos que tus ojos no alcanzan, 
sobre la tierra en que la noche y el oro, la plata y el día se mezclan. 
Esas quinientas flores son mis sesos, mi carne. 
¿Por qué se ha detenido un instante el sol, 
por qué ha desaparecido la sombra en todas partes, doctor? 
Pon en marcha tu helicóptero y sube aquí, si puedes. 
Las plumas de los cóndores, de los pequeños pájaros 
se han convertido en arco iris y alumbran. 
Las cien flores de la quinua que sembré en las cumbres 
hierven al sol en colores; en flores se han convertido 
la negra ala del cóndor y de las aves pequeñas. 
Es el mediodía; estoy junto a las montañas sagradas; 
la gran nieve con lampos amarillos, con manchas rojizas, 
lanza su luz a los cielos. 
En esta fría tierra siembro quinua de cien colores, 
de cien clases, de semillas poderosas. 
Los cien colores son también mi alma, mis infatigables ojos. 
Yo, aleteando amor, sacaré de tus sesos 
las piedras idiotas que te han hundido. 
El sonido de los precipicios que nadie alcanza, 
la luz de la nieve rojiza que, 
espantando, brilla en las cumbres; 
el jugo feliz de millares de yerbas, 
de millares de raíces que piensan y saben, 
derramaré en tu sangre, en la niña de tus ojos. 
El latido de miriadas de gusanos que guardan tierra y luz; 
el vocerío de los insectos voladores, 
te los enseñaré, hermano, haré que los entiendas. 
Las lágrimas de las aves que cantan, 
su pecho que acaricia igual que la aurora, 
haré que las sientas y oigas. 
Ninguna máquina difícil hizo lo que sé, 
lo que del gozar del mundo gozo. 
Sobre la tierra, desde la nieve que rompe 
los huesos hasta el fuego de las quebradas, 
delante del cielo, con su voluntad 
y con mis fuerzas hicimos todo esto. 
¡No huyas de mí, doctor, acércate! 
Mírame bien, reconóceme 
¿Hasta cuándo he de esperarte? 
Acércate a mí; levántame hasta la cabina de tu helicóptero. 
Yo te invitaré el licor de mil savias diferentes; 
la vida de mil plantas que cultivé en siglos, 
desde el pie de las nieves hasta los bosques 
donde tienen su guaridas los osos salvajes. 
Curaré tu fatiga que a veces te nubla como bala de plomo; 
te recrearé con la luz de las cien flores de quinua, 
con la imagen de su danza al soplo de los vientos; 
con el pequeño corazón de la calandria en que se trata el mundo; 
te refrescaré con el agua limpia que canta 
y que yo arranco de la pared de los abismos 
que tiemplan con su sombra a nuestras criaturas. 
¿Trabajaré siglos de años y meses 
para que alguien que no me conoce 
y a quien no conozco me corte la cabeza 
con una máquina pequeña? No, hermanito mío. 
No ayudes a afilar esa máquina contra mí; acércate, 
deja que te conozca; mira detenidamente mi rostro, 
mis venas; el viento que va de mi tierra a la tuya es el mismo; 
el mismo viento respiramos; la tierra en que tus máquinas, 
tus libros y tus flores cuentas, baja de la mía, mejorada, amansada. 
Que afilen cuchillos, que hagan tronar zurriagos; 
que masen barro para desfigurar nuestros rostros; que todo eso hagan. 
No tememos a la muerte; durante siglos hemos ahogado 
a la muerte con nuestra sangre, 
la hemos hecho danzar en caminos conocidos y no conocidos. 
Sabemos que pretenden desfigurar nuestros rostros con barro; 
mostrarnos así, desfigurados, ante nuestros hijos para que ellos nos maten. 
No sabemos bien qué ha de suceder. 
Que camine la muerte hacia nosotros; 
que vengan esos hombres a quienes no conocemos. 
Los esperaremos en guardia; somos hijos del padre de todos los ríos, 
del padre de todas las montañas. ¿Es que ya no vale nada el mundo, 
hermanito doctor? No contestes que no vale. 
Más grande que mi fuerza en miles de años aprendida; 
que los músculos de mi cuello en miles de meses, 
en miles de años fortalecidos, es la vida, la eterna vida, 
el mundo que no descansa, que crea sin fatiga; 
que pare y forma como el tiempo, sin fin y sin principio.

José María Arguedas 
Marzo, 1966

miércoles, 24 de noviembre de 2021

jueves, 10 de junio de 2021

ROBERTO BOLAÑO


Todo cae por su propio peso, no sé si se entenderá el término caer por su propio peso, imaginaos una estatua hecha de mierda que se hunde lentamente en el desierto, bueno, eso es caer por su propio peso



lunes, 24 de mayo de 2021

BOB DYLAN

 



Aquí estamos otra vez, bebé, 
entre gatos y tazas
en pleno otoño,
aunque aquí siempre es invierno.


domingo, 25 de abril de 2021

JOSÉ MARÍA ARGUEDAS

TUPAC AMARU KAMAQ TAYTANCHISMAN(HAYLLI-TAKI)

Tupac Amaru, hijo del Dios Serpiente; hecho con la nieve del Salqantay; tu sombra llega al profundo corazón como la sombra del dios montaña, sin cesar y sin límites.

Tus ojos de serpiente dios que brillaban como el cristalino de todas las águilas, pudieron ver el porvenir, pudieron ver lejos. Aquí estoy, fortalecido por tu sangre, no muerto, gritando todavía.

Estoy gritando, soy tu pueblo; tú hiciste de nuevo mi alma; mis lágrimas las hiciste de nuevo; mi herida ordenaste que no se cerrara, que doliera cada vez más. Desde el día en que tú hablaste, desde el tiempo en que luchaste con el acerado y sanguinario español, desde el instante en que le escupiste a la cara; desde cuando tu hirviente sangre se derramó sobre la hirviente tierra, en mi corazón se apagó la paz y la resignación. No hay sino fuego, no hay sino odio de serpiente contra los demonios, nuestros amos.

Está cantando el río,
está llorando la calandria,
está dando vueltas el viento;
día y noche la paja de la estepa vibra;
nuestro río sagrado está bramando;
en las crestas de nuestros Wamanis montañas,
en su dientes, la nieve gotea y brilla.

¿En dónde estás desde que te mataron por nosotros?

Padre nuestro, escucha atentamente la voz de nuestros ríos; escucha a los temibles árboles de la gran selva; el canto endemoniado, blanquísimo del mar; escúchalos, padre mío, Serpiente Dios. ¡Estamos vivos; todavía somos! Del movimiento de los ríos y las piedras, de la danza de árboles y montañas, de su movimiento, bebemos sangre poderosa, cada vez más fuerte. ¡Nos estamos levantando, por tu casa, recordando tu nombre y tu muerte!

En los pueblos, con su corazón pequeñito, están llorando los niños.
En las punas, sin ropa, sin sombrero, sin abrigo, casi ciegos, los hombres están llorando, más tristes, más tristemente que los niños.
Bajo la sombra de algún árbol, todavía llora el hombre, Serpiente Dios, más herido que en tu tiempo; perseguido, como filas de piojos.
¡Escucha la vibración de mi cuerpo! Escucha el frío de mi sangre, su temblor helado.
Escucha sobre el árbol de lambras el canto de la paloma abandonada,
nunca amada;
el llanto dulce de los no caudalosos ríos, de los manantiales que suave-mente
brotan al mundo.
¡Somos aún, vivimos!

De tu inmensa herida, de tu dolor que nadie habría podido cerrar, se levanta para nosotros la rabia que hervía en tus venas. Hemos de alzarnos ya, padre, hermano nuestro, mi Dios Serpiente. Ya no le tenemos miedo al rayo de pólvora de los señores, a las balas y la metralla, ya no le tememos tanto. ¡Somos todavía! Voceando tu nombre, como los ríos crecientes y el fuego que devora la paja madura, como las multitudes infinitas de las hormigas selváticas, hemos de lanzarnos, hasta que nuestra tierra sea de veras nuestra tierra y nuestros pueblos nuestros pueblos.

Escucha, padre mío, mi Dios Serpiente, escucha:
las balas están matando,
las ametralladoras están reventando las venas,
los sables de hierro están cortando carne humana;
los caballos, son sus herrajes, con sus locos y pesados cascos, mi cabeza,
mi estómago están reventando,
aquí y en todas partes;
sobre el lomo helado de las colinas de Cerro de Pasco,
en las llanuras frías, en los caldeados valles de la costa,
sobre la gran yerba viva, entre los desiertos.

Padrecito mío, Dios Serpiente, tu rostro era como el gran cielo, óyeme: ahora el corazón de los señores es más espantoso, más sucio, inspira más odio. Han corrompido a nuestros propios hermanos, les han volteado el corazón y, con ellos, armados de armas que el propio demonio de los demonios no podría inventar y fabricar, nos matan. ¡Y sin embargo, hay una gran luz en nuestras vidas! ¡Estamos brillando! Hemos bajado a las ciudades de los señores. Desde allí te hablo.

Hemos bajado como las interminables filas de hormigas de la gran selva. Aquí estamos, contigo, jefe amado, inolvidable, eterno Amaru.

Nos arrebataron nuestras tierras. Nuestras ovejitas se alimentan con las hojas secas que el viento arrastra, que ni el viento quiere; nuestra única vaca lame agonizando la poca sal de la tierra. Serpiente Dios, padre nuestro: en tu tiempo éramos aún dueños, comuneros. Ahora, como perro que huye de la muerte, corremos hacia los valles calientes. Nos hemos extendido en miles de pueblos ajenos, aves despavoridas.

Escucha, padre mío: desde las quebradas lejanas, desde las pampas frías o quemantes que los falsos wiraqochas nos quitaron, hemos huído y nos hemos extendido por las cuatro regiones del mundo. Hay quienes se aferran a sus tierras amenazadas y pequeñas. Ellos se han quedado arriba, en sus querencias y, como nosotros, tiemblan de ira, piensan, contemplan. Ya no tememos a la muerte. Nuestras vidas son más frías, duelen más que la muerte. Escucha, Serpiente Dios: el azote, la cárcel, el sufrimiento inacabable, la muerte, nos han fortalecido, como a ti, hermano mayor, como a tu cuerpo y tu espíritu. ¿Hasta donde nos ha de empujar esta nueva vida? La fuerza que la muerte fermenta y cría en el hombre ¿no puede hacer que el hombre revuelva el mundo, que lo sacuda?

Estoy en Lima, en el inmenso pueblo, cabeza de los falsos wiraqochas. En la Pampa de Comas, sobre la arena, con mis lágrimas, con mi fuerza, con mi sangre, cantando, edifiqué una casa. El río de mi pueblo, su sombra, su gran cruz de madera, las yerbas y arbustos que florecen, rodeándolo, están, están palpitando dentro de esa casa; un picaflor dorado juega en el aire, sobre el techo.

Al inmenso pueblo de los señores hemos llegado y lo estamos removiendo. Con nuestro corazón lo alcanzamos, lo penetramos; con nuestro regocijo no extinguido, con la relampagueante alegría del hombre sufriente que tiene el poder de todos los cielos, con nuestros himnos antiguos y nuevos, lo estamos envolviendo. Hemos de lavar algo las culpas por siglos sedimentadas en esta cabeza corrompida de los falsos wiraqochas, con lágrimas, amor o fuego. ¡Con lo que sea! Somos miles de millares, aquí, ahora. Estamos juntos; nos hemos congregado pueblo por pueblo, nombre por nombre, y estamos apretando a esta inmensa ciudad que nos odiaba, que nos despreciaba como a excremento de caballos. Hemos de convertirla en pueblo de hombres que entonen los himnos de las cuatro regiones de nuestro mundo, en ciudad feliz, donde cada hombre trabaje, en inmenso pueblo que no odie y sea limpio, como la nieve de los dioses montañas donde la pestilencia del mal no llega jamás. Así es, así mismo ha de ser, padre mío, así mismo ha de ser, en tu nombre, que cae sobre la vida como una cascada de agua eterna que salta y alumbra todo el espíritu y el camino.

Tranquilo espera,
tranquilo oye,
tranquilo contempla este mundo.
Estoy bien ¡alzándome!
Canto;
mismo canto entono.
Aprendo ya la lengua de Castilla,
entiendo la rueda y la máquina;
con nosotros crece tu nombre;
hijos de wiraqochas te hablan y te
escuchan
como el guerrero maestro, fuego
puro que enardece, iluminando.
Viene la aurora.
Me cuentan que en otros pueblos
los hombre azotados, los que sufrían,
son ahora águilas, cóndores de
inmenso y libre vuelo.
Tranquilo espera.
Llegaremos más lejos que cuanto tú quisiste y soñaste.
Odiaremos más que cuanto tú odiaste;
amaremos más de lo que tú amaste,
con amor de paloma encantada, de calandria.
Tranquilo espera, con ese odio y con ese amor sin sosiego y sin límites, lo que tú no pudiste lo haremos nosotros.

Al helado lago que duerme, al negro precipicio, a la mosca azulada que ve y anuncia la muerte a la luna, las estrellas y la tierra, el suave y poderoso corazón del hombre; a todo ser viviente y no viviente, que está en el mundo, en el que alienta o no alienta la sangre, hombre o paloma, piedra o arena, haremos que se regocijen, que tengan luz infinita, Amaru, padre mío. La santa muerte vendrá sola, ya no lanzada con hondas trenzadas ni estallada por el rayo de pólvora. El mundo será el hombre, el hombre el mundo, todo a tu medida.

Baja a la tierra, Serpiente Dios, infúndeme tu aliento; pon tus manos sobre la tela imperceptible que cubre el corazón. Dame tu fuerza, padre amado.

jueves, 15 de abril de 2021

CÉSAR VALLEJO

 

LOS NUEVE MONSTRUOS

Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente.

Jamás, hombres humanos,
hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
Jamás tanto cariño doloroso,
jamás tanta cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tanta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.

Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rosseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!

Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.

El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar…
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más).
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardido¹!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tanto cajón,
tanto minuto, tanta
lagartija y tanta
inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!
Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.



martes, 15 de septiembre de 2020

BILL WATTERSON


"A veces pienso que la prueba más fehaciente de que existe vida inteligente en el universo es que nadie ha intentado contactar con nosotros".



viernes, 26 de junio de 2020

PABLO DE ROKHA




Niña de las historias melancólicas, niña,
niña de las novelas, niña de las tonadas,
tienes un gesto inmóvil de estampa de provincia
en el agua de asombro de la cara perdida
y en los serios cabellos goteados de dramas.


jueves, 6 de junio de 2019

JORGE




Oye, tú me dices que protestas
pero, tu postura no molesta
dime si tu fin es algo atacar 

o ganar aplausos..




jueves, 23 de mayo de 2019